Muchas personas entran en las relaciones como si saltaran a un bote salvavidas desde el barco que se hunde de su soledad.
Esperan que la otra persona arregle todos sus agujeros interiores y les aporte por fin una sensación de plenitud vital, informa .
Es como intentar construir una casa sobre la arena movediza de los problemas personales no resueltos. Inconscientemente, se asigna a la pareja el papel de salvador, terapeuta y fuente de aprobación eterna, una carga imposible para cualquier persona.
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Los psicólogos advierten: si no se está bien a solas con uno mismo, estar con alguien será aún más difícil. Las relaciones que nacen del miedo a la soledad suelen convertirse en una forma de codependencia, en la que los miembros de la pareja no pueden vivir el uno sin el otro, pero tampoco soportan estar juntos.
Se aferran a la conexión no porque les proporcione alegría, sino por el terror al vacío que les espera más allá del umbral. Es como dos personas que intentan mantenerse calientes aferrándose la una a la otra en un témpano de hielo, pero que no hacen nada por llegar a la orilla.
Una persona madura entra en una relación no por escasez, sino por exceso, cuando tiene algo que compartir con el otro. Esa persona ya se ha convertido en un individuo y no busca un complemento, sino una continuación interesante de sí misma.
Es como una planta entera, dispuesta a entrelazarse con otra planta entera, creando una forma de vida nueva, más compleja. Un conocido me confesó que, tras una serie de romances infructuosos, decidió vivir deliberadamente solo para ordenarse.
Un año después, se sorprendió al comprobar que había dejado de dar tumbos y de sentir pánico, y que su nueva relación era mucho más armoniosa, porque no había necesidad desesperada de ella. El miedo a la soledad está profundamente arraigado en nuestra biología; para nuestros antepasados, el exilio de la tribu equivalía a la muerte.
Sin embargo, en el mundo moderno, este antiguo instinto a menudo juega en nuestra contra, provocando que nos aferremos a conexiones tóxicas o simplemente sin alegría. Reconocer este mecanismo es el primer paso para dejar de ser rehenes de nuestra propia naturaleza.
La verdadera intimidad sólo es posible entre dos personas emocionalmente maduras que han aprendido a satisfacer sus propias necesidades clave de seguridad, reconocimiento y autoestima. Entran en una relación no para conseguir algo que les falta, sino para compartir la riqueza que ya tienen.
Su unión se basa en la libertad, no en un sentimiento de obligación o miedo. La mejor forma de comprobar la salud de tu relación es preguntarte a ti mismo: «¿Seguiría con esta persona si mañana dejara de temer la soledad?».
Responder a esta pregunta con sinceridad puede abrirte los ojos a muchas cosas y ayudarte a separar los sentimientos reales de los impuestos por el miedo.
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